Historia Su fundador, Ubayd Allah, con el apoyo de los bereberes ganados para el chiísmo por las predicaciones de Abu Abd Allah, se proclamó califa en Kairuan (910) y rápidamente se hizo dueño de casi todo el N. de África, desde Marruecos hasta la Cirenaica, y también de Sicilia; pero fracasó en sus intentos de adueñarse de Egipto. La conquista del país del Nilo la llevó a cabo Chawhar, general del califa Al-Muizz, en 969. Ese mismo año se inició la construcción de la nueva capital del califato fatimí, El Cairo («La Victoriosa»), a la que Al-Muizz trasladó su residencia en 972. Al-Aziz (975-996), sucesor de Al-Muizz, vio reconocida su autoridad y consolidó el dominio fatimí sobre Palestina y Siria. Durante la primera mitad del s. XI Egipto fue presa de una grave crisis económica y política (malas cosechas, hambres, revueltas populares, etc.), de la que se recuperó parcialmente gracias a la honesta y eficaz gestión del visir Badr al-Gamali (último tercio del s. XI). Entretanto, el N. de África rechazaba la soberanía del califa fatimí, más nominal que efectiva (1045), y los turcos seljúcidas se apoderaban de Palestina y Siria (toma de Jerusalén y de Damasco, en 1071 y 1076, respectivamente). La presión turca fue creciendo en el transcurso del s. XII y, finalmente, en 1171 Saladino destronó al último califa fatimí, Al-Adid, del que era visir desde 1169. Bajo los fatimíes Egipto conoció uno de los más prósperos y brillantes períodos de su historia. El Cairo, gracias a la Universidad de Al-Azhar y a sus bien dotadas bibliotecas (la del califa Al-Aziz llegó a contar 200 000 volúmenes), se convirtió en la capital intelectual del mundo islámico; por su parte, Alejandría recobró su papel de intermediaria entre Oriente y el Mediterráneo y volvió a ver sus muelles y bazares rebosantes de las más exóticas y costosas mercancías.